Bilingüismo II

—Me mosquea que usted llame pancho a mi perrito caliente —me dice el hombre—. Y que a mí me llame panchero ni le digo.
—A ver, dígame, ¿usted cómo pretende que le florezca el negocio si vende perritos calientes? —le pregunto—. ¿Usted de verdad cree que yo voy a comerme un perrito al que sádicamente, y estoy casi seguro de que contra su voluntad, usted ha calentado? ¡Yo soy un amante de los animales, señor panchero! ¡Y el perro es el mejor amigo del hombre! ¿Usted se da cuenta de lo que me está pidiendo? ¡Que me coma a mi mejor amigo! ¡Eso sí que no! Deme un pancho, haga el favor. Y póngale mucha salsa golf. 
—Ya le dije que yo no vendo panchos. Y no conozco a esa salsa con nombre de deporte. 
—¿Cómo que no? ¡Es esa que tiene ahí! —le grito mientras le señalo.
—¡Pero por favor! ¡Usted es un estirado!, eso es lo que es. ¿Por qué no dice salsa rosa como todo el mundo?
—No quería llegar a esto, pero usted lo está pidiendo a voces, ¿sabe lo que voy a hacer? Como no me dé un pancho con salsa golf inmediatamente voy a llamar a la protectora de animales, y a ver cómo les explica que su modus vivendi está basado en el calentamiento perruno.
—¿Desea el señor el pancho con mucha salsa golf? —me pregunta el panchero—. Aquí tiene, la casa invita.


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