Oscar y el papel

Como he vaciado nuestra vivienda de torreznos y no tiene quién se los haga llegar clandestinamente, Oscar se ha dado a otro vicio: los libros. Hay que ver el grado de su perdición.
—¡No dejaste ni uno! ¡Ni uno! —le grito indignado—. ¡Te comiste los siete tomos de En busca del tiempo perdido! ¡Serás glotón! ¿Te los tenías que comer todos?
Oscar mueve dos veces su oreja derecha, una hacia adelante y otra hacia atrás.
—¿El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha también?
A modo de respuesta Oscar levanta su pata trasera derecha y la estira.
—¡Tus disculpas no me sirven de nada! Era una edición antiquísima, de finales del 1800, con ilustraciones de Gustave Doré.
Entonces mi erizo hace crujir sus púas en do mayor.
—¡Me da igual que estés deprimido! —le digo furioso, me distraigo medio minuto y cuando lo vuelvo a mirar, ¿con qué me encuentro?: ¡mi erizo está engullendo como loco Rayuela!—. ¡Es el colmo! A Cortázar no te voy a permitir que te lo comas —, y le arranco lo que queda del libro.
Esto me pasa por querer tener una mascota culta y haberle dejado mi biblioteca al alcance de sus patas.


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