Oscar y los esmaltes de uñas

Está decidido. Voy a llevar a mi erizo al psicoanalista. A estas alturas he intentado de todo para ayudarlo a superar sus adicciones: he dialogado con él, le he leído artículos de revistas, le he puesto documentales, hasta le he comprado música con mensajes subliminales. Los resultados han sido nulos. Desde que se ha instalado en él su nueva adicción, una que lo tiene perdido por los esmaltes, se niega en rotundo a salir a la calle si sus uñas no están pintadas de bermellón. Hoy, al regresar del trabajo, encuentro a mi erizo muy pálido, balanceándose en un rincón del living, sus púas temblorosas, la mirada perdida. Enseguida me doy cuenta de que Oscar está inmerso en pleno síndrome de abstinencia. Y todo porque mi esposa, harta de encontrar siempre los frascos vacíos, le ha escondido su esmalte favorito.


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