Buen oficio

No cabe un alfiler. La tensión se palpa en la inmovilidad de los feligreses. La campanilla desde la sacristía deja sin respiración al entregado gentío, y por fin hace su entrada el arcipreste Membrillo. Se escucha un incontenido ¡oooh!, y el oficiante avanza armonioso luciendo, hoy, un espectacular conjunto: Ámito de blanquísima batista con cruz turquí bordada en cordoncillo doble, Alba alba de suave caída en chambray liso acabado en ancho encaje flandes de claro homenaje a los años cincuenta, casulla de hechura clásica con brocados argentinos sobre bandas anchas de damasco fucsia y oro (es tercer domingo de Adviento). Completa el magnífico atavío con ligera sobrecapa pluvial española en seda púrpura, y bonete Jamot en terciopelo azabache con borla escarlata Charollais.
 
Avanza hacia el reclinatorio de la izquierda con seguro balanceo dejando ver a cada paso los delicados escarpines en cordobán negro sin hebillas, ajustados a finas calzas burdeos, se despoja, elegante, de su tocado, y, ejecutando a modo de media verónica, de su capa. Luego se dirige al altar mirando al frente, impertérrito. Lleva alto el cíngulo con clara intención “imperio”, y el ribeteado manípulo bambolea, como siempre, armonioso.
 
Todo el ceremonial entusiasma por su arte y buen gusto: ¡qué movimiento de mangas en la elevación!, ¡qué onduleo del conjunto al bajar la escalinata para la eucaristía!, ¡qué comunión en todo momento con su vestir!, ¡es un profesional como una casa!, se oye exclamar al público, que sale entusiasmado tras el elegantísimo mutis final de monseñor Membrillo, y espera ya, ansioso, en una semana, un nuevo y deslumbrante oficio.


¿Quieres leer otra historia al azar?

No hay comentarios :

Publicar un comentario