Destinos

De joven, hacía no tanto, fue un gran atleta. No en vano, debía recorrer distancias kilométricas a diario para acarrear agua e ir a la escuela. Trabajó en el campo de sol a sol para pagarse los estudios en la capital del país que le había visto nacer. Allí se formó como ingeniero agrónomo con el segundo mejor expediente de su promoción. Era bien parecido y tenía una mano excepcional para las plantas con flor y los guisos bien especiados; pero el inmigrante, que había llegado meses atrás con el único equipaje de la esperanza, no encontró a nadie en la ciudad capaz de entender su idioma. Empujado por la rabia y el hambre se tragó la lengua.


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