Gatarili

Gatarili es rata, distinguida y presuntuosa, pero rata, ya ves tú, y de esas que se recondimenta con el perfume y se emperejila con vestidos de relumbrón; vamos de las que se repintan la raya hasta para salir a sacar la basura. Siempre emperifollada y vestida de faralaes, es tan peripuesta y bien lamida que cuando sale de la alcantarilla parece que va subida en tacones de aguja o que baja la escala de un cabaret; con esas patitas tan lindas, tratadas con cera de depilar. Y cuando el peligro acecha y hay que emprender la huida, hasta hace su paradiña, se demora y se contonea, pensando que el gato, más que por hambre, la sigue por atracción. Se sabe guapa, rata pero guapa, y se conserva tan bien que dicen que duerme en una lata de atún sumergida en aceite de oliva. Y se pone así de mona y de tonta porque le gusta parecer lo que no es. Y que la llamen Persa la vuelve loca, y se presta a cualquier cosa si la tratas de Siamés. Más que Rata parece Gata, Gata Gatarili, pero no deja de ser rata, ya ves tú. Gatarilli, eso sí, tiene una gracia marinera, y no calla ni debajo de las alcantarillas. Y es que Gatarili sea rata o gata, persa o libanesa, no para de hablar y de hablar, y todo lo cuenta en primera, como si la historia del mundo fuese un yo muy grande. Y de tan relamida un día, se fue a querer tanto, que se relamió del derecho y del revés y se convirtió toda ella en lengua, lengua húmeda y acicalada pero en lengua a fin de cuentas. Y ahora no es ni rata ni gata, sino que es lengua, lengua Gatarilli, muy presumida eso sí.


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