El golpe de suerte de Aurora G.

Las uvas estaban listas en el plato y la alianza de oro de su difunta abuela sumergida en el cava cuando comenzaron a dar los cuartos por televisión. Aurora G. llegó corriendo del dormitorio con los zapatos de tacón todavía en la mano, ni tiempo de subirse la cremallera había tenido tras enfundarse de nuevo el vestido de noche. Casi había olvidado estrenar el tanga rojo que había comprado para la ocasión. Dejó los zapatos en el suelo, se sentó en el borde del sofá y tomó la primera uva entre sus dedos; presta a dejar atrás el peor año de su vida. Engulló cada uva con más urgencia e ilusión que la anterior, hasta que tragó la número doce y se extinguió la última campanada. Estalló la celebración. Aurora G. estaba radiante, este año había sido más rápida que el Reloj Central y su plato estaba vacío antes del final. Se disponía a unirse al brindis de los presentadores cuando estos advirtieron que los espectadores no debían extrañarse si les habían faltado uvas; al parecer esa noche, debido a alguna misteriosa anomalía, el histórico reloj había dado trece campanadas. Aurora G. se levantó como un resorte, con la copa ya vacía en su mano, e intentó exclamar su horror por lo que sin duda era un pésimo presagio. Su queja fue interrumpida por la alianza de su abuela, que había quedado alojada en su tráquea. Boqueando, al borde de la asfixia, la mujer echó a correr, tropezó con los zapatos y cayó al suelo fracturándose el cúbito y el radio. Por fortuna, la brusquedad del golpe liberó sus vías respiratorias. Fue entonces cuando Aurora G. supo que algo había cambiado y sonrió de dolor.


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